Artículos: la opinión de los cofrades

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En la clausura del bicentenario de la muerte del Beato Fray Diego


 

 

 

        Aún no nos habíamos repuesto de los festejos de 1994, cuando conmemorábamos el nacimiento de Fr. Diego en su 250 aniversario. Y es que nuestro único santo gaditano murió a los 58 años, una edad avanzada para lo que se supone finales del XVIII y principios del XIX. Estamos hablando obviamente, del año 1801. De éstos fueron 42 los dedicados a la vida religiosa. Según las biografías consultadas, el mal que le atormentaba comenzó a amenazarlo gravemente el 19 de Marzo, festividad de S. José, que nuestro santo no pasó en la cama, sino que lo dedicó a despedirse, contra su costumbre, de algunas personas de la ciudad de Ronda y para emprender un nuevo viaje, como comentó el 6 de Marzo a otro religioso. La noche fue agitadísima, e incluso se llamó al doctor, cuyos remedios no calmaron la enfermedad del paciente. fue asistido por Fr. José, al que dedicó una de las frases postreras: ¡Fr. José, que bello día el de la Encarnación para verse en el cielo con Dios! Sus manos no se apartaron en ningún momento de su crucifijo, al que en ocasiones decía. ¡Oh mi dulce Jesús, oh dulce Jesús de mi vida, Tú sabes que te amo! El lecho sobre el que Fr. Diego pasó su agonía consistía en una tabla por colchón y una teja por almohada. A pesar de este malestar, en sus últimos momentos este gaditano se afligía por no poder volver al convento, ya que sus superior le había ordenado quedarse en la casa. Además, muchas personas venían a visitarlo y él., lejos de incomodarse, gustaba de conversar de cosas elevadas. En la vigilia de la Anunciación, demandó y recibió su última Comunión, además de la Extrema Unción. Incluso en su confesión Fr. Diego demostró gran humildad, pidiendo perdón a su Superior y a los demás hermanos, y entendía que la bendición de su confesor era una prueba de obediencia, y que por obediencia moría. Hasta en los últimos momentos contestó con lucidez todas las preguntas de su confesor. Se dice en las crónicas que en el momento de su muerte una gran luz que venía del cielo se posó sobre el lecho, hecho del que fueron testigos varias personas. De esta forma murió el Apóstol de España, aproximadamente a las siete de la mañana del 24 de Marzo. La casa en que murió era el hogar de D. Manuel Moreno y Dª Teresa de Ribera, y su superior le había ordenado que estuviera allí, ya que la fama de su presencia perturbaba constantemente la soledad del convento de Capuchinos. Tan rápido corrió la voz de su fallecimiento, y tal la multitud que pretendía entrar a honrar el cadáver, que las autoridades de Ronda ordenaron el inmediato traslado del cuerpo a la Iglesia de la Paz, que aún se encuentra frente a la casa. Era tal el gentío que acudió al traslado, que hubo de hacerse uso de la fuerza pública, ante los desórdenes que se avecinaban. En dicha Iglesia, se construyó un catafalco en el que se expuso el cuerpo, y en los tres días éste no perdió flexibilidad ni mostró visos de corrupción. Lejos de disminuir los desórdenes de la multitud, y viendo que la noticia se extendía por la región, el clero decidió enterrar los restos de nuestro santo de noche, y en secreto, a los pies de la V. de la Paz, como era su expreso deseo.

 

 

        Nuestro Fr. Diego, amén de otras predicciones, realizó la de su propia muerte, o al menos así lo atestigua la tradición. Y es que. cerca de un mes antes de morir, le escribió un amigo suyo diciéndole de forma humorística: “en fin, señor gallego, avíseme usted antes de morirse, para hacerle cierto encarguillo”. Respondióle el Beato a vuelta de correo: “No se tarde usted en hacerme el encarguito, pues mis malecillos siguen sin alivio, y nos sabemos cuantos días se podrán soportar”.         

        Hubo otros sucesos que siguieron al trance del óbito:         

        Al divulgarse su muerte, empezó a doblar la Colegiata, y se empezaron a oír rumores por las calles ¡ya ha muerto el santo!. Se acordó cerrar la casa, y poner el cadáver en una habitación cercana a la calle, y junto al cadáver varios sacerdotes ocupados en hacer tocar rosarios, medallas y otros objetos piadosos que la muchedumbre traía para conservarlos como reliquias. A las dos de la tarde se trasladó, como dijimos hasta la I. de la V. de la Paz, para lo que hubo que construir una valla hasta la puerta y cubrir el trayecto soldados. En el centro de la Iglesia se colocó sobre una tarima elevada, forrada de damasco, dándole guardia en el túmulo una doble fila de soldados. El día 25 se produjo el entierro nocturno, bajando el cadáver, y poniéndolo en una caja mayor, con la llave maestra. Hecho esto, se el dio sepultura en el altar de S. Joaquín. Durante más de nueve día su sepultura estuvo llena de toda clase de gente que venía desde los pueblos cercanos a encomendarse pidiendo milagros. En el momento de su muerte, y en lugares lejanos, hay testimonios de apariciones de Fr. Diego que comunican a estas personas su fallecimiento.

        La muerte fue comunicada instantáneamente a todos los conventos de España, de forma que se hizo con su persona algo no habitual: no se le dio tratamiento de General ni Provincial, sino directamente de santo. Se señaló el 9 de Septiembre como día para celebrar las pompas fúnebres en todas las Catedrales y conventos de España, comenzándose por la Colegiata de Ronda, con un gran túmulo de cinco cuerpos y más de 1200 velas de cera, decorándose el templo con telas negras. En Cádiz, la oración fúnebre la realizó el canónigo Fco. Melitón. La Gaceta de Madrid le dedicó una larga necrológica. Tras su muerte, comenzaron a sucederse hechos de indudable sobrenaturalidad, y a los que habría que dedicar otros capítulos.

 

Bibliografía:

P. PAOLO DALLA PIEVE "Vita del Beato Diego Giuseppe de Cadice". Roma. 1894.

P. SEBASTIÁN DE UBRIQUE "Vida del Beato Diego J. de Cádiz" Tomo II. Sevilla, 1926.

P. CARLOS CAÑETE "Capuchino, misionero y santo." Baena (Córdoba) 1990.

P. RAFAEL CALDELAS "El Beato Fr. Diego J. de Cádiz". 1998.

 

Juan Antonio Verdía Díaz

Licenciado en Historia y hermano de la Hdad. del Prendimiento

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