Apartado Literario

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En Memoria de

Francisco Montero Galvache


        La muerte de Francisco Montero Galvache pasó muy de soslayo en los medios de comunicación gaditanos. Una muestra más de la poca sensibilidad imperante, de los olvidos literarios, culturales, que seguimos padeciendo en una ciudad que es cuna de muchas cosas pero que también debiera mirarse más adentro, más allá de esa superficie que parece encarnarnos pero que realmente poco tiene que ver con las verdaderas esencias gaditanas. Lo folklórico, lo tópico, lo externo, debe también ir acompañado de cierta interiorización, de cierta búsqueda de nuestras raíces culturales, de lo que realmente nos ha enriquecido a través de los años.

        Fue Montero Galvache una figura de cálidos y variables acentos, una figura inquieta y abierta que no puede reducirse a un solo plano, y que no conviene apartar o arrumbar, como si su obra y trayectoria no merecieran mayor interés.

        Nacido en San Fernando el 8 de mayo de 1917 Montero Galvache concluyó en 1942 sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Desde muy pronto sus inquietudes literarias le llevarán a fundar y dirigir en Jerez – otra ciudad a la que estuvo desde siempre muy vinculado- la revista literaria Cauces. En ella formaron parte activa en estos comienzos Francisco y Pedro Montero Galvache junto a José Hernández Rubio. Nace esta revista en junio de 1936 en una fecha cronológica ciertamente comprometida ya que poco después estallaría la guerra civil que vino a escindir tan brutalmente a España.

        Cauces era una revista mensual que tuvo una vida bastante larga, gracias, en parte, al respaldo económico que tuvo por parte del industrial González Byass. Cauces duró en su etapa jerezana 62 números y dio cabida en sus páginas a numerosos poetas andaluces, teniendo como modelo la revista Isla que dirigía Pedro Pérez- Clotet y que siempre fue la revista gaditana de referencia para todas las que vinieron después, incluidas Platero y Caleta impulsadas, respectivamente, por Fernando Quiñones y José Manuel García Gómez. Curiosamente en el primer número de Cauces colaboraron Federico García Lorca y José María Pemán, a los que la guerra civil terminaría marcando y oponiendo, cuando la poesía de Pemán tuvo entre sus referencias fundamentales al poeta granadino, pero lo político siempre ha preponderado a la hora de juzgar y ubicar a ambas figuras. El segundo número de Cauces estuvo dedicado al poeta Garcilaso de la Vega. Con el estallido de la guerra la revista se iría politizando y llenando de la retórica providencialista y épica de su tiempo, con exaltación incluida del bando que finalmente resultaría vencedor. En cualquier caso hay que destacar el planteamiento original de la revista, luego frustrado por la coyuntura, y ese planteamiento inicial es el que da buena medida del espíritu emprendedor de Montero Galvache.

        Además del fundador y director de Cauces hay que mencionar al Montero Galvache periodista que fue Premio Nacional de Prensa en 1943 y que dejó su firma en los diarios Ya, La Vanguardia, Fe, ABC o España. También dirigió en Radio Nacional de España en Sevilla el recordado programa literario Almena. Fue director del diario jerezano Ayer, de la revista Gala y de la delegación en Jerez del ABC de Sevilla. En 1941 se estrenó como poeta con un libro titulado Huerto Cerrado que fue prologado por el arcense José de las Cuevas y una década después publicó dos novelas que obtuvieron cierto eco crítico. De un lado El mar está sólo, finalista del Premio Nadal en 1950, y de otro Las manos también lloran que vio la luz en junio de 1958. Son dos novelas engarzadas en un entorno popular, escritas con buen pulso y en las que destaca la aguda captación de ambiente y personajes. El Nadal de 1950 fue un certamen polémico en el que la escritora Elena Quiroga se terminó imponiendo a Montero Galvache con una novela titulada Viento del Norte. En cualquier caso fue uno de los momentos de mayor prestigio de la carrera literaria del escritor y orador isleño.

        Montero Galvache iría progresivamente abandonando las facetas literarias, mucho más exigentes, todo sea dicho, para ir creciendo como pregonero, orador y conferenciante. Siempre dominará la palabra, no la maltratará, y sus pregones y exaltaciones líricas serán siempre ejercicios de admirable transparencia, modélicos en muchos sentidos, y que debieran marcar el patrón para todo aquel que decida hacer un pregón. En sus disertaciones las adjetivaciones serán siempre precisas, el verbo justo, delicado, y las estampas evocadas serán perfectamente engarzadas al contenido, a la vivencia de lo que se pretende expresar. Nada de aspavientos, de gritos o llantinas innecesarias y forzadas. En Montero Galvache la palabra cantada y declamada no necesitará de artificios ni de búsquedas del aplauso más fácil. Sus pregones abruman, por su cantidad y calidad. El hecho cuantitativo no fuerza a que la prosa y el verso declamado de Montero Galvache pierdan pie, si no todo lo contrario. Una lectura atenta al voluminoso Cantando a mi provincia, que editara en 1975 el Instituto de Estudios Gaditanos y que recoge buena parte de la actividad pregonera del escritor de San Fernando en Cádiz y provincia, revelan que Montero Galvache se reinventa a sí mismo, que no se repite, que como dice el prólogo o pórtico de Jesús de las Cuevas, cada pregón tendrá un enfoque diferente, aunque vuelva a pregonar varias veces la misma Semana Santa de una ciudad o pueblo.

        Montero Galvache convirtió un género menor, de escasa inventiva en líneas generales, en algo digno y riguroso. Sus pregones son numerosísimos y tienen en 1959 uno de sus hitos fundamentales, pues fue ese el año en el que pregonó la Semana Santa de Sevilla.

        En Cádiz y provincia la estela pregonera de Montero Galvache es larga y memorable. La Semana Santa de Cádiz fue cantada por el fino y claro orador de la Isla en dos ocasiones. La primera el 13 de marzo de 1960 en el Teatro Falla en un pregón que organizó la cofradía de La Columna. En aquella ocasión lo presentó otro gaditano singular, poeta para más señas, Miguel Martínez del Cerro. El segundo pregón de la Semana Santa de Cádiz lo ofreció en el Teatro Andalucía un Domingo de Pasión del año 1974. En ambos pregones dejó un buen conjunto de versos dedicados a las imágenes de nuestra Semana Santa, versos que a modo de breve antología quiero ir citando en este recorrido por su obra.

        Cádiz es, ya lo dijo en numerosas ocasiones José Manuel García Gómez, mar morado en el verso de Juan Ramón Jiménez, y es dédalo de calles marineras en la palabra de Montero Galvache. Las calles que van a dar a ese mar, tibio oleaje de acentos, de lunas y de arenas sedientas de estrellas. Es el mar de su familia marinera el que preña su palabra, su voz y su expresión. Por eso cantarle a la Semana Santa de Cádiz es también cantarle a la sinfonía del mar que enmarca las imágenes dolientes de Cristo y de María. Fernando Quiñones hablaba de Cristos Atlánticos y no le faltaba razón. Porque es el mar el que personaliza y da su particular fisonomía y aroma a la Semana Santa gaditana. Junto al mar están los barrios, la singular imaginería de las calles, la arquitectura airosa y blanca, las citas históricas y literarias que vienen a encauzar y a dibujar la prosa firme del orador isleño. Y de pronto, junto a esa prosa límpida, van sucediéndose versos que reparten su luz devocional, su savia eterna hacia las imágenes de la Semana Santa gaditana.

        Versos emocionantes como los que dedica al Nazareno, versos rítmicos, sonoros, que se enjuagan en las orillas saladas del mar de Cádiz. Versos que se miran en el espejo de la vida y lo dicen todo:



Paciente de cruz al hombro,

va temblando el Nazareno.

Extraños temblores fríos

cortan la aurora por medio.

Una sangre de amargura

va resonando y cayendo,

haciendo temblor los muros

antiguos de su convento.

Regidor de la ciudad,

la rige con tu silencio.

la rige con su mirada

benigna de tanto mérito.

La rige porque sea Cádiz

más suyo después de verlo.

¡La mar en la madrugada

se viste de Nazareno

con su túnica de sombras

para subir hasta su fuego!

¡La cárcel, panal de llantos,

le da la miel de sus presos!

¡La gente le busca y sigue!

¡Se le aprieta junto al pecho!

¡Saetas suben y bajan

por el temblor de su cuerpo!

¡Toda la luz en sus ojos!

¡Todo el amor en su yelo!

¡Cádiz por Santa María

hecho fe le va diciendo!

Paciente de cruz al hombro

¡va temblando el Nazareno! 

 

        La prosa y el verso de Montero Galvache se afirman en una comunión de sentidos absoluta, y tienen la inspiración de eternizar instantes de la Semana Santa de Cádiz, con una altura expresiva que muy pocos pregoneros han podido igualar. No se le escapa la saeta hecha “ yodo, calambre y dolor” en feliz expresión, ve al Nazareno como un “grumete mayor de la morenez ofertante de Santa María”. Y la palabra se derrama, hecha vida y muerte, hecha temblor en su mirada conmovida, rota, hacia ese greñuo que como dice Montero Galvache “centraliza la pasión gaditana”.

        A cada cofradía le dará su luz adjetivada, su expresión, su tacto, y no perderán nunca sus palabras su timbre popular que no hay que confundir con lo fácil ni con lo liviano, sino que hay que asimilar más con la capacidad de trasmitir y de emocionar, con un verso directo, inspirado, sin adornos innecesarios ni recursos fáciles. La palabra de Montero Galvache no se venderá al pareado desmañado y tosco y será siempre cuidadosa en la forma y en el fondo. Como cuando le canta al Nazareno del Amor y le dedica versos exactos y puros:

 

Blanco trigo, blanco cielo,

blanco nardo, blanca ola,

blanca alerta serviola,

blanca gaviota en vuelo,

blanquísimo desconsuelo,

ese blanco con que reza

el blancor de tu tristeza,

por la noche gaditana,

el Amor, como campana

repicando tu Pureza.

 

        También habrá tiempo para la métrica rigurosa, para los cánones del soneto en los que Montero Galvache no abandonará la fluidez de su verso. Como en el soneto que le dedicó al Ecce Homo, catorce versos que golpean y hieren con el extremoso pulso de su canto: 

 

No hay manos golpeadas ni ofendidas

como las Tuyas, Ecce Homo, atadas

tan generosamente, y tan varadas

en la conformidad de tus heridas.

Se adivinan en tus palmas sometidas,

la Cruz por la que han sido convocadas

para un jardín de clavos, y entregadas

para su salvación a nuestras vidas.

Sobre el oro y la sangre de Tu manto,

desde el manantial de Tus espinas,

cae Tu mirada en río de tristeza.

Y bajo tu silencio puro y santo,

túnicas y trompetas peregrinas

escoltan Tu bondad y Tu realeza.

        A Jesús Caído también le dedicará otro soneto de hermoso trazo, que sabe condensar en los tercetos finales el momento cenital del poema: 

 

Blanco Jesús Caído. ¡Quién pudiera

besar la huella donde tu rodilla,

Pentecostés del sueño de la arcilla,

por tres veces fue gubia prisionera!

Gubia que al suelo despertó en madera,

Trina en dolor, y que – al labrarnos- brilla

igual que el trigo, a golpes de la trilla,

brilla en el ara rubia de la era.

Así, Señor, tu cuerpo arrodillado,

sobre tus flores, cruz al hombro, canta

que en tus caídas todo está crecido.

¡Crecido por tu cielo desplomado

que al corazón caído lo levanta

más hacia arriba cuánto más caído!

 

        Sorprende la abundancia de poemas que Montero Galvache ha dedicado a las imágenes de la Semana Santa de Cádiz. Quizá no haya otro ejemplo que haya sabido aunar, en este sentido, cantidad y calidad de un modo tan vigoroso. No todo poema posee la misma altura, pero todos tienen una misma honestidad y dignidad en el trazo. Tanto cuando usa el octosílabo como cuando prefiere el endecasílabo, el verso de Montero Galvache posee su propia musicalidad y armonía. Sabe mezclar, según la imagen a la que se dirija, lo sobrio con lo densamente popular, con la exaltación declamatoria, que nunca se convierte en un juego fácil de exclamaciones. De ello dan fe estos versos a la Esperanza Cigarrera: 

 

Y allá por Santo Domingo ,

la gracia blanquiverdea...

Se ha desplomado la noche,

- bosque de olés- en su verja.

Los cirios, transfigurándose,

se convierten en estrellas.

Las guapas mantillas quieren

aminorarle la Pena.

¡Todos los verdes de Cádiz

por el Suyo están de fiesta!

¿Qué pasa en Cádiz?, le dicen

olas, pesqueros y velas

a los aires, y los aires

-sin separarse de ella-

responden que ha fondeado

¡en Cádiz una azucena!

¡La fábrica de Tabacos,

mirándola, se cuartea!

¡Y van y cruzan los verdes,

y los cargadores sueñan

creyendo que están los cielos

abriéndoles ya la puerta...!

¡La plata de los varales

la abrazan más que mecerla!

¡Por Cádiz ya no se oye

más que una voz: ¡Cigarrera!

¡Por las sufridas potencias

de Jesús de la Salud!

¡Acuérdate, Cigarrera,

de lo que a Ti te queremos,

¡Cigarrera, Cigarrera!...  

        Expresión desbordante y luminosa, verso popular que se palpa y llega a la emoción del que lo lee, y que contrasta con este bellísimo poema dedicado al Medinaceli, que se recoge en un dolor íntimo, penitencial, de exacta madrugada y luna perdida en la neblinosa senda del cielo. Hay en este poema una simbología marinera perfectamente ensamblada a la cadencia triste del paso del Medinaceli por la madrugada gaditana del Viernes Santo. Este poema es, sin lugar a dudas, uno de los mejores ejemplos líricos de nuestra Semana Santa: 

Y aquella proa sin norte ni malecón ni rada,

y aquella soledad de clámide morada,

y aquel lirio de sangre tan acardenalada

y aquella vela rota sin sol, desarbolada.

¿Por qué con tu silencio tantísimo me hieres?

¿Qué de nosotros, Cristo Medinaceli, quieres?

¿Por qué lívidamente y a solas te nos mueres?

Cautivo del Olvido, ¡qué generoso eres!

¿Con qué ofrenda Tú quieres que en Cádiz te juremos,

de una vez para siempre que contigo estaremos

siendo Tú viva imagen y que nos ataremos

a Tus manos atadas y no las dejaremos?

¡Bien poco somos! ¡Plantas, las más heridas!

¡Mirada, la más honda! ¡Manos, las más unidas!

¡Ni siquiera entendemos la luz de tus Caídas ,

alas, Medinaceli, de las de nuestras vidas!

¡Pero toma, Señor, en tu Vía dolorosa,

la platimarfileña gaditana y preciosa

fe de tus cargadores que en fímbria milagrosa

te ciñen al silencio del Arco de la Rosa!  

 

        Con estos ejemplos basta para hacerse una idea de la aportación poética de Francisco Montero Galvache a la Semana Santa de Cádiz, aportación que se extiende a muchos otros puntos de Andalucía y que tiene en la propia provincia de Cádiz numerosos ejemplos. Desde El Puerto de Santa María a Sanlúcar de Barrameda, de San Fernando a Arcos, de Jerez a Barbate, de Algeciras a Alcalá de los Gazules, prácticamente no queda rincón donde no se haya posado el verbo rotundo y claro de Francisco Montero Galvache.

         Con Cádiz los vínculos afectivos fueron muchos y quedaron reflejados en un libro titulado La sal arbolada ( subtitulado Andar por Cádiz) que la Caja de Ahorros de Cádiz editó en 1986. Todo un paseo por Cádiz, un paseo literario, histórico, artístico, por sus esquinas y rincones, por sus plazas y monumentos más representativos donde Montero Galvache apunta siempre alto con su prosa lírica emocionada y cercana. “Cádiz es un descanso, pero también un viaje que nunca acabamos de emprender” dice Montero Galvache, como tratando de expresar lo inabarcable de esta ciudad, ciudad que ha tratado de retratar y ha retratado de múltiples maneras dejando estampas que merecen ser conocidas y reconocidas. Ojalá la muerte no siga sumergiendo en un pozo de olvidos intratables nombres como los de Montero Galvache, que merecen una mayor atención, y ojalá que algunos de esos pregoneros que con tanta facilidad se suben a un atril, se lo piensen dos veces y se acerquen a los pregones del escritor y orador de la Isla, y aprendan que el oficio de orador, de escritor o de poeta requieren ciertos conocimientos previos, ciertos pasos indiscutibles a la hora de armar cualquier texto o poema que se haga de cara a un público. Que no todo es gritar ¡Viva tal Virgen! O ¡Viva tal otra!, que no todo es una sucesión de tópicos y ripios, que la palabra hay que pulirla y trabajarla, como lo hacia Montero Galvache, por eso, sencillamente por eso, sus pregones siguen quedando en la memoria de quien quiera acercarse a ellos.  

 

Luis García Gil


BIBLIOGRAFÍA

- Hemeroteca: Diario de Cádiz y La información del Lunes.

- Fanny Rubio. Las revistas poéticas españolas (1939-1975). Madrid. Ediciones Turner. Primera edición mayo 1976.

- Manuel Ríos Ruiz. Diccionario de escritores gaditanos. Cádiz. Instituto de Estudios Gaditanos. Diputación Provincial. 1973.

- Francisco Montero Galvache. Cantando a mi provincia: Discursos y pregones por tierras gaditanas. Prólogo de Jesús de las Cuevas. Cádiz. Instituto de Estudios Gaditanos. Diputación Provincial. 1975.

- Francisco Montero Galvache. La sal arbolada (Andar por Cádiz). Prólogo de Pablo Antón Solé. Cádiz. Caja de Ahorros de Cádiz. 1986.

- Francisco Montero Galvache. El mar está sólo. Prólogo del propio autor. Sevilla. Editorial Católica Española. 1952.

- Luis García Gil. Francisco Montero Galvache: De la palabra cantada al orador perdido. Artículos aparecidos en los números 42 y 43 de la revista Sentir Cofrade. Edita Asociación Sentir Cofrade. Enero y abril de 2000.

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